ABANICO/ La otra cara de la renuncia

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Por Ivette Estrada

La cultura a veces impone credos equivocados y hasta peligrosos, como asumir que renunciar es fracasar. La cita bíblica de “ganar el pan con el sudor de la frente” es una oda falaz al sacrificio. También desestima el poder de creación y sentido que cada uno poseemos.

¿Qué es realmente renunciar? Puede ser un acto de conciencia cuando decir “basta” es decir “me reconozco”

A muchos nos enseñaron que el trabajo es resistencia. Que hay que aguantar, que el cansancio es virtud, que el maltrato se sobrelleva porque “así es en todos lados”. Pero ¿qué ocurre cuando el cuerpo ya no puede más? ¿Qué pasa cuando nuestra mente se desincroniza con la rutina? ¿Qué significa renunciar cuando lo que está en juego no es el puesto, sino la integridad?

Renunciar no es rendirse. Es reconocer que algo no está bien. Es decir: esto que hago no me representa, este entorno me violenta, esta estructura me agota. Es, en suma, un acto de lucidez y revelación, no de debilidad. Es albergar un gran sentido de auto valía.

Entonces el “aguantar” , el mantra del sistema que normaliza el maltrato, se vuelve intolerable. No es resistencia, a veces es una lacerante sumisión. Renunciar es romper con ese mandato. Es tener la certeza de que la salud mental vale más que ese contrato.

Sin embargo, renunciar deja un hueco. Pero esa oquedad no es fracaso: es espacio desde el cual podemos responder: ¿quién soy cuando no estoy en modo automático? ¿Qué deseo cuando no estoy en modo sobrevivencia?, ¿que me llena de sentido?

Renunciar es elegir. Es decir: prefiero la incertidumbre que la extenuación. Es declarar que el trabajo debe ser compatible con la vida, no su verdugo. Es un parteaguas: entre el yo que se adapta y el yo que se afirma.

La renuncia no es el fin. Es el inicio de una conversación profunda con uno mismo. Y aunque el mundo insista en que “aguantar” es virtud, hay momentos en que soltar es el acto más valiente que existe.

¿Y que pasa si te despiden? Aunque cueste admitirlo al principio, es una elección inconfesada y propia. Una acción contundente que te obliga a tomar otros caminos de crecimiento y realización. Es negarse a continuar en un proyecto que aparece anodino y vacuo. Es otra manera de dar la bienvenida a nuevos proyectos, aunque aparentemente no lo decidas.

Durante mucho tiempo tener un salario se convirtió en un signo de seguridad. Esa noción se pulverizó durante las décadas de 1980 y 1990 cuando el pacto tácito de trabajo para siempre se rompió. Ese esquema se reiteraría en 2008, más tarde durante la pandemia mundial de Covid-19 y en este 2025.

 

El paradigma de trabajo cambió radicalmente. Lo que antes era una “carrera profesional” se volvió una “trayectoria de proyectos”. La estabilidad se desplazó hacia la adaptabilidad. Y el talento, antes acumulado en nóminas, ahora circula como capital simbólico entre redes, plataformas y contratos temporales.

Y entonces se transfiguró la idea de renuncia. Y también la del despido.

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